viernes, 7 de diciembre de 2007

Fin de un largo Ciclo


después de once años

EGRESO

Fue muy silencioso el final,

casi como de trinchera:

afuera mío

la fiesta

fue una gran siesta viscosa

tomando rehenes,

callando atropellos en pasillos,

rindiéndose a los pies del único calderón reinante.

Libreta en mano,

mochila cerrada, en espalda,

y mucha ausencia en los cuatro pisos

como asomando desde un silencio marsupial

con sus ecos,

con sus manos y gestos rallentados.

Postal de domingo errante

en la tarde del viernes 30

afuera mío,

arenas de un desierto ajeno ya,

pero adentro,

pero desde adentro,

inimaginable.

(Es difícil elegir una imagen

que rime con lo que me ocurría adentro.

Puedo decir...)

una tela de silencio,

sí, liviana como un recuerdo feliz,

descorriéndose,

abriéndose en fina fuente

y salpicando rincones,

inaugurando espacios,

adormeciendo flautas

y timbales tremolantes.

(Puedo decir)

mujer de silencio

avanzando

en todas direcciones

por la pasarella del pecho,

luciendo la etérea cadena

de los años vividos.

(O puedo decir también)

una nada creciente

perfumada en el todo,

coronando

con sus hilos de luna

la noche que se va

con todo este capítulo de años.

(O puedo no decir nada,

y) agradecer sencillamente

a los que apoyaron

y asisten a este reposo,

a esta resolución de tónica,

a la consagración

de una primavera añorada.

Gracias.

A las musas

que duermen en los pianos,

a los faunos

que ruborizan flautas,

a las personas que desde otras mitologías

tanto alentaron este hermoso devenir.

Gracias.

A las caras que vi y a las que no

que son las columnas y paredes

de una gran victoria tercermundista

que es este palacio en ciernes,

que es el Conservatorio Castro.

Gracias,

porque fue silencioso,

como de trinchera,

de fosa durmiente,

como de nacimiento.

Hasta la vuelta,

Germán