EGRESO
Fue muy silencioso el final,
casi como de trinchera:
afuera mío
la fiesta
fue una gran siesta viscosa
tomando rehenes,
callando atropellos en pasillos,
rindiéndose a los pies del único calderón reinante.
Libreta en mano,
mochila cerrada, en espalda,
y mucha ausencia en los cuatro pisos
como asomando desde un silencio marsupial
con sus ecos,
con sus manos y gestos rallentados.
Postal de domingo errante
en la tarde del viernes 30
afuera mío,
arenas de un desierto ajeno ya,
pero adentro,
pero desde adentro,
inimaginable.
(Es difícil elegir una imagen
que rime con lo que me ocurría adentro.
Puedo decir...)
una tela de silencio,
sí, liviana como un recuerdo feliz,
descorriéndose,
abriéndose en fina fuente
y salpicando rincones,
inaugurando espacios,
adormeciendo flautas
y timbales tremolantes.
(Puedo decir)
mujer de silencio
avanzando
en todas direcciones
por la pasarella del pecho,
luciendo la etérea cadena
de los años vividos.
(O puedo decir también)
una nada creciente
perfumada en el todo,
coronando
con sus hilos de luna
la noche que se va
con todo este capítulo de años.
(O puedo no decir nada,
y) agradecer sencillamente
a los que apoyaron
y asisten a este reposo,
a esta resolución de tónica,
a la consagración
de una primavera añorada.
Gracias.
A las musas
que duermen en los pianos,
a los faunos
que ruborizan flautas,
a las personas que desde otras mitologías
tanto alentaron este hermoso devenir.
Gracias.
A las caras que vi y a las que no
que son las columnas y paredes
de una gran victoria tercermundista
que es este palacio en ciernes,
que es el Conservatorio Castro.
Gracias,
porque fue silencioso,
como de trinchera,
de fosa durmiente,
como de nacimiento.
Hasta la vuelta,
Germán